lunes, 17 de diciembre de 2007

Tu voz



Nace en mí la urgente necesidad de ser.
De escribir, sí de escribir aquí y ahora;
sin importarme la gente, el lugar ni la hora...
A éstas altas horas de la noche,
noche de viernes bohemio;
mientras algunos rien, otros lloran.
La mayoría deja caer el peso de sus cabezas
en la almohada y descansan. YO NO.
No puedo descansar sin antes dejar un testimonio,
una huella, un rastro; llamenle como quieran;
para mí es sólo una piedra más que arrojare al camino
de la mochila, la mochila que llevo a cuestas...
Para así deshacerme de una de las tantas espinas
que llevo clavadas en el alma y en el pecho.

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Ya es un nuevo día,
el sol se exhibe en mi ventana,
yo lo siento altivo,
se hace presente en cada haz de luz
que atraviesa mis cortinas translúcidas,
y a través de los vidrios rotos
puedo percibir una tibia ráfaga de verano
sumergirse en mi habitación.
Y ya no siento el hielo, que me hizó escribir lo que escribo;
Lo que me motivó ya no existe, o tal vez sí,
será sólo que se encuentra dormido...
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Esta tarde al escuchar tu voz,
el sentimiento de desencantó regresó,
regresó como el frio que cala los huesos en invierno,
como la brisa fría de abril,
ésa que te anuncia que el verano ha terminado.
Así me sentí.
Impávida, fria, desmoralizada, triste, impotente,inquieta.
Noté que persistía cierto molesto rencor,
queriendo roer algo más que mis yagas.
Noté que el dolor aun deambulaba en los rincones de mi ser,
de este ser que ha sido dañado tantas veces que ya ni recuerda
porqué ni quién lo dañó.

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A veces sufrir, te enseña a vivir,
y la vida a veces se olvida de evitar
lo que nos toca vivir...
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Traigo a mi mente tu voz sigilosa,
titilante, hiriente, profunda,
sollozante, dolorosa e implorante,
como poco a poco destruía los fuertes
y las barreras que protegen
a lo que los humanos llaman corazón.
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Te cuento: Hace ya bastante tiempo compré en el mercado
algunas barreras y una que otra coraza para protegerme del dolor;
un fuerte que soportara hasta la muerte y hasta un adiós.
Me armé de fuerzas e idiotizada comencé a instalarlas en el
antejardín de mi corazón; sí, buenas, bonitas y baratas,
por un módico precio asequible a todos los bolsillos;
sin importar sexo, raza o religión; excelentes,
a prueba de balas, ausencia y lo más importante de dolor...
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Pero tú pudiste más...




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