Anoché soñé contigo, como hace tiempo no lo hacía, al menos no de la forma en que te concebí en mi sueño. Te abrazaba tiernamente, y el roce de nuestros cuerpos oscilantes fue tan real, tan real, que siento que podría describir tu silueta a ojos cerrados. te sentí tan real, fue tan real. Mientras me colgaba de tu cuello, me cogías por la cintura y me mirabas con dulzura; fue tanto el calor abrasador y el fuego de nuestras miradas, que nuestras bocas se fundieron en un tierno y cálido beso; como saboreando nuestros labios por primera vez. Suave y lentamente comence a jugar con mi lengua, buscando la tuya y desperté.
Al despertar, recordé todo con tanta nitidez, que produjo en mí una horrible desazón; y la confusión dió paso a las lágrimas... Estancadas, detenidas, contenidas, lánguidas; mientras mi pecho se oprimía de tal forma, que me impedía el libre paso del aire, dificultandome la respiración y dejandome casi sin aliento...
Experimente una tristeza enorme, que sentí emergía desde las profundidades para desembocar en mis ojos en forma de unas gruesas, estáticas y escasas lágrimas; tan espesas que esta vez no se deslizaron sobre mis mis mejillas sonrojadas, pero estas bastaron para confortarme y sentirme un poco más aliviada.
Sin embargo la amarga sensación, aún no me abandona, y quiero, necesito convencerme que te atraje hasta mis sueños, a raíz y culpa de mi subconsciente; por haberte grabado en el, sin la intención de hacerlo; a causa de que te he pensado mucho y de que me he preocupado por ti. Quiero, necesito creerlo así, y no porque te extrañe ni mucho menos porque me faltes; porque no me dueles, ni tú ni tu recuerdo; ya nunca más, ya no dueles como antes...
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