Recuerdo apasible, que nos gustaba mojarnos, hasta no poder estilar más, recuerdo la mirada y la sonrisa de mamá, el eco de su voz, la dulzura en sus facciones, sus ojos deslumbrantes que ahora lucen opacos, y cómo brillaban, brillaban, brillaban también para decir: ¡Niños, basta! - aun así sin perder la ternura - y se reía, se reía en nuestras caras, de vernos empapados, y nosotros reíamos porque el sol no nos tocaba.
Jorge -gracioso- , entraba a la casa por el portón y salía corriendo con una inmensa manguera, mientras yo y Claudia corríamos por la calle, sin importarnos como nos mirara la gente, corríamos, mientras nos quemabamos los pies en las veredas de cemento, hasta que mamá cerraba la llave; entonces los tres abrazados, abrazados a la maguera regresabamos a casa. Ahí nos esperaba mamá con tres toallas y el bloqueador solar; éramos cuatro suspiros envueltos de agua, de risa y de sol.
Ayer hizo mucho calor, y jugamos nuevamente. Mamá ya no nos persigue y el brillo en sus ojos ya no es el mismo, ya no existen esos niños... Jorge y sus amigos, Claudia ahora corre trás Anaís... Y yo los sigo amando, eso no ha cambiado.
Salí a regar la calle, y en la suerte de rocío, recordé cuando el rocío se posaba en nuestros cuerpos, los ojos titilaban, la sonrisa de mamá y cuando el sol no nos tocaba.
Siempre seremos esos niños... Siempre.